CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
LA SOBERBIA
CRISTO TRAICIONADO
5
LAS NEGACIONES DE PEDRO
Pedro estaba fuera sentado en el atrio. Se le acercó una criada y le dijo:
Tú también estabas con Jesús, el galileo. Pero él lo negó delante de todos,
diciendo: No sé lo que dices.
(Mateo, triple negación de Pedro, 26, 72-75)
LAS NEGACIONES DE PEDRO
Pedro estaba fuera sentado en el atrio. Se le acercó una criada y le dijo:
Tú también estabas con Jesús, el galileo. Pero él lo negó delante de todos,
diciendo: No sé lo que dices.
(Mateo, triple negación de Pedro, 26, 72-75)
La expulsión de Il Moro traía en jaque al claustro del colegio Cardenalicio. Se sabía que entre los novicios había algunos interesados en sacar de quicio el asunto. Los retiros espirituales a Il Gesú, que se celebraban el primer y último domingo de cada mes, eran el lugar idóneo donde los novicios discutían los últimos acontecimientos ocurridos, cuchicheando unos entre otros, como si de las púberas del harán del Rey Salomón se tratara. Los más blandos se acercaban a hurtadillas a los corros mayores, donde de puntillas, y apoyando la oreja en los más alejados del centro, escuchaban atentamente, para luego salir corriendo, como si al aviso de ¡cuidado!, algún Cardenal se acercara. Luego, tras unos segundos y, habiendo comprobado que nadie se acercaba, volvían a integrarse en el círculo, siempre distantes, para seguir escuchando lo que los representantes más locuaces del orden social de la Iglesia tenían que decir.
El segundo círculo, más cercano a la discusión, que en este caso era acalorada pues acometía con ímpetu la excomunión de Il Moro, pertenecía a los novicios apostolarios, es decir, a los que eran seguidores de los respectivos heraldos de cada secta. Estos se agrupaban y amontonaban unos sobre otros, siempre cerca de su líder, como si cuanto más amasijo de carnes se produjera más sensación de seguridad y fuerza se proyectara sobre el otro. Estos segundos no prorrumpían con comentario alguno, sólo se limitaban a asentir las defensas de sus precursores o a negar con la cabeza las intempestivas del contrario.
Cuanto más se acercaba uno al círculo central más calor hacía. Allí había cruces de miradas que más parecían puñales afilados, la verborrea era lúcida, llena de retórica y recursos estilísticos, el latín florecía, como en la primavera las flores del almendro, rápidas, erguidas y perfumadas, aunque en algunos casos el perfume fuese bastante hediondo. El primer círculo, el de los condottieri, se reducía a un campo de acción de metro y medio. Los dos novicios contrincantes, que obedecían a los nombres de Pape y Humberto, mostraban personalidades muy acusadas. El primero, Pape, alumno predilecto de Monseñor Réprobo, era estoico en sus gestos, frío y calculador. Ningún ademán que mostrara impaciencia o vehemencia sobresalía de sus extremidades y tan sólo su sonrisa, vista de perfil, ofrecía una pequeña muestra de sus verdaderas intenciones. Sus ojos eran clavos de color azul, penetraban el alma del contrincante estudiando el más mínimo indicio de debilidad. Por su parte, Humberto, era más humilde que el anterior en sus formas. Hombres contumaz, poseía el don de la dialéctica y la sagacidad del orador. Era capaz de rehacer el discurso de su compañero para así demostrar la flojedad de su argumento. Su guía espiritual era el Cardenal Venancio el Casto.
Querido Humberto, ya sabes el dicho: no dar a los cerdos las perlas...¿recuerdas el final hermano?
Sí, Pape, lo recuerdo, y también recuerdo la hipocresía de los maestros de la ley y de los fariseos en Lucas 11, 39-40 a los que Cristo les dice: Vosotros los fariseos limpiáis por fuera la copa y el plato, pero vuestro interior está lleno de rapiña y de maldad. ¡Insensatos! Y eso es lo que habéis hecho con Il Moro. Tu hermano Justo y tú mismo, cuando os llamaron a declarar, pues erais los únicos novicios con habitaciones contiguas a la suya, jurasteis ante el comisionado que por las noches le oíais gemir, como si de una perra en celo se tratase. También añadisteis, que algunos días de frío, justo al amanecer, Il Moro mascullaba palabras indescifrables, y que una vez, pegando la oreja a la pared que separaba las habitaciones, conseguisteis oír lo siguiente: Pape Satán, Pape Satán, Aleppe. Vuestro testimonio fue falso e injurioso, seguramente empujado por algún que otro protector que no deseo nombrar. Ya ves, novio de la Iglesia, si por haber leído en voz alta la Divina Comedia, en su canto VII, se excomulgó a Il Moro, ¿ que no habría de pasarte a ti, que te llaman Pape? ¿No sería lógico pensar, si quiera por un momento, que tu nombre obedece al deseo del diablo, que enamorado de tu madre, la convenció para que te diera su nombre?
Un gran murmullo estalló en la sala entre el resto de los novicios. Los últimos, Desiderio y Majín, al oír nombrar la palabra diablo, salieron corriendo hacia el confesionario. Tras esperar breves segundos, se volvieron a unir al grupo. El resto esperaba inquietante la respuesta de Pape. Un silencio, agorero de guerra, merodeaba por las cabezas de los discípulos de los Cardenales, que ya impacientaban.
Ya veo, querido Humberto, el Humilde, ¿no es así como te llaman?, que tu vehemencia te traiciona, a ti y a los tuyos. Bien sabes que siempre has sido hijo de mi estima, tu eminente retórica dispuesta, en la primera llamada, al servicio de nuestra santa casa, siendo tu entrega valiente el escudo protector de esas cofradías evangelizadoras que dicen llamarse libertarios. Tienes mérito, sí, creo que tienes mérito. Te recomendaré entonces al Cardenal Divinis para que te instruya en el conocimiento de los entremeses, esas pequeñas galanterías del vulgo de la España de Cervantes con las que tanto se reía el populacho. Creo que si durante la comida nos recitaras unos cuantos, sirviéndote, como no, del gracejo con el que nos has deleitado ahora mismo, el Colegio te estaría eternamente agradecido. Sirvan estas palabras de introducción a tu perorata. Por otra parte, queda añadir a tu pronunciamiento revolucionario, que más veo un discurso cismático y ridículo que una construcción de interés para la Iglesia. Tu amigo Il Moro, al igual que lo que tú representas, me trae a la memoria aquellos cardenales disidentes que eligieron a Clemente VII y que más tarde reunidos en Pisa volvieron a nombrar a otro Papa, en este caso Alejandro V, olvidando que el Santo Pontífice, Urbano VI, era el elegido. Ahora bien, la esperanza y la fe es lo último que uno debe de perder en casos como el tuyo, si de ejemplo sirve la historia de la Iglesia Católica. Treinta y nueve años tardamos en recomponer el Orden Divino, el que Cristo nos impuso. Treinta y nueva años tardamos en llegar al Concilio de Constanza, donde Martín V dio fin a este cisma. Y así hasta ahora. Y la pregunta que me hago es la siguiente: si algo tan devastador para nuestra fe, como fue la existencia de tres Pontífices, fue derrotado en tan sólo treinta y nueve años, cuánto tiempo crees que vas a ser capaz de aguantar tú, joven novicio. Mese, un año, o quizás tan sólo la muerte del actual Pontífice, que ya parece cercana.
La muralla de aduladores rompió a reír ante la respuesta de Pape. El revuelo se hacía cada vez más evidente y ya nadie podía controlar lo que allí ocurría. De repente una voz de alarma sonó al fondo del pasillo:
¿Qué son esas risas, malditos diablos, qué son esas voces que importunan la paz de esta santa casa? ¡Desgraciados!
Las contiendas que, dos veces al mes, se presenciaban en la Iglesia de Il Gesù, eran fiel reflejo de los enfrentamientos existentes, desde hace ya muchos años, entre los Cardenales. Como sus Eminencias no podían insultarse públicamente dado que se suponía que en esas jerarquías el control del espíritu eran tan elevado que ya nada, o casi nada, podía hacerles perder la compostura, utilizaban a sus súbditos, mejor dicho, predilectos, para airear su enemistad. A más acidez entre los novicios, más deseos de venganza entre los Cardenales. Si alguien quería conocer qué había ocurrido durante el mes entre los más altos representantes de Dios en la Tierra, sólo tenía que acercarse a los retiros espirituales. Allí todo se aireaba, como en público bando.
Lo que nadie podía imaginar era que ya existía una conspiración, urdimbre en toda regla, por parte de los Cardenales de la Obra de Dios, para deponer al Cardenal Fidelio, amigo de Heterodoxia y actual director del Colegio. Los planes estaban trazados, ya sólo faltaba dar el primer paso. Pronto los novicios cercanos a la teología libertaria empezarían a sufrir accidentes.
*
El Consejo de Estado del Vaticano estaba reunido desde las ocho de la mañana. Hacía calor, los Cardenales más entrados en carnes se habían desabrochado la pechera y sudaban la gota gorda. Las cuentas no cuadraban, el Banco Vaticano tenía un déficit que superaba el medio billón de dólares. El seguimiento hecho a tres cuentas, que obedecían a los nombres de Quanta Cura 666, Syllabus 69 y Aeterni Patris 000, demostraba que la gestión realizada estaba siendo un fracaso. La prensa internacional hurgaba cada vez más en la sangrienta herida, acusando al Banco Vaticano de lavar dinero del narcotráfico y de fraude. Las noticias volaban de un país a otro, ofreciendo los mismos patéticos análisis. Los directores de los noticieros más atrevidos ofrecían imágenes de países en los que la fe católica estaba instaurada y, donde los niños y niñas morían de hambre, confrontándolas con los tan manidos argumentos de la sociedad católica y los distintos organismos de las Naciones Unidas que se explicaban como mejor podían aduciendo: las arcas de la Iglesia están vacías; el presupuesto es reducido y además los países miembros están retrasados en el pago de sus cuotas. El escándalo empezaba a tomar magnitudes desproporcionadas. El Consejo de Estado pedía explicaciones al Presidente del Banco Vaticano, un seglar beato, buen conocedor del mundo financiero. Su nombre, Rudolf Buttom. De origen alemán, este tudesco, había trabajado en la banca italiana durante treinta años. Sus buenas relaciones con el clero y su probada ortodoxia católica le habían hecho ganar el favor del Pontífice anterior.
Reunión del Consejo de Estado Vaticano:
Quanta Cura 666, dos mil millones de dólares, de los cuales cien han desaparecido - dijo el Cardenal Mittwoch, secretario del Consejo -. Esta cuenta tiene su fuente de ingresos en Filipinas, donde nuestros enviados hacen una labor fantástica de recaudación. Según el informe que ahora leo, una firma autorizada ordenó al señor Buttom hacer una transferencia por valor de cincuenta millones de dólares, y otra por la misma cantidad al Banco C. Medellín en Colombia.
El director de la sucursal de Bogotá nos ha dicho que no nos puede facilitar el nombre del titular oficialmente, pero a título personal se pronunció en los siguientes términos: la cuenta está a nombre de un testaferro, un empresario colombiano, muy amigo del que fuera Nuncio de su Santidad en Colombia, y de su consejero, el Cardenal Pax et Bellum.
Si revisamos los nombramientos hechos por el antecesor de Pablo III - agregó el Cardenal Mittwoch - observamos que: el Nuncio para Colombia era Monseñor Oscuro, consejero del banco y uno de los tres con autorización para utilizar las cuentas. Desgraciadamente fallecido hace un año. Así pues, sólo nos queda el Cardenal Pax et Bellum, asesor suyo, y del cual sabemos, por el servicio de información vaticano, que sus actuaciones en Colombia fueron un poco desordenadas.
Cardenal Bellum - preguntó el Cardenal Mittwoch -. No es cierto que el titular de la cuenta es el Sr. Escombro, Paulo Escombro.
No sé lo que dice, Cardenal.
Le repetiré la pregunta. No es cierto que en casa del Nuncio Oscuro se celebró una cena en la que estaban presentes el Sr. Escombro, el Alcalde de Bogotá, el Nuncio y usted. Responda, por favor.
Le repito que no conozco a ese hombre.
Cardenal Bellum, no está facilitando la investigación. Nadie le ha acusado todavía de haber hecho uso de esa cuenta. Tan sólo queremos ir atando cabos hasta dar con el dinero y su uso. Le formularé la pregunta de otra manera: Tenía usted conocimiento o sospecha alguna de que el Nuncio, Monseñor Oscuro, tuviese entre sus amistades a don Paulo Escombro.
No, Cardenal. Juro y perjuro que no conozco a ese hombre.
ADENDUM
Por lo que respecta a la reconquista de la dirección del Colegio Cardenalicio, nada podían sospechar los libertarios, representados por Heterodoxia. Una comisión, encabezada por el Cardenal Fidelio y de la que formaban parte el Cardenal Inocencio y el Cardenal Heterodoxia, se reunía con el Pontífice diariamente para preparar una nueva encíclica, cuyo título ya se conocía: Pacem in terris. La elaboración de este mensaje papal tenía abstraídos a los hijos de Loyola, momento que aprovecharon la corte de los ortodoxos para moverse a su libre albedrío, con total impunidad.
En cuanto a las negaciones de Pedro, sólo añadir que tuvieron su sinónimo en las respuestas del Cardenal Maledetto, aunque el antónimo fue el llanto de arrepentimiento que nunca existió.
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